viernes, 27 de febrero de 2009

Costumbres raras 2

Por las noches, ponía un vaso de cristal azul con agua a un lado de su cama, en la mesita. Decía que era para que ahí se le ahogaran los malos pensamientos.

jueves, 26 de febrero de 2009

Duda existencial IV

Bueno, así, así expresado de cierta manera, es que no quiero que se me tache de finalista, o determinista, o de ser una persona religiosa ni creyente del destino, no se trata de todo tenga una finalidad ni de que todas las cosas pasen por algo, pero es que en la naturaleza a veces como que parece que así es, o sea es que vemos que el pico de los pájaros carpinteros parece estar diseñado especialmente para taladrar madera, que los gatos tienen uñas que les sirven al cazar, que hay bichos que se parecen a las hojas de las plantas donde viven, y así los depredadores no los ven y no se los comen y uno se pregunta porqué pasa esto y si uno cree en un dios creador que pensó en todo esto bueno pues ya la tiene respondida pero luego vinieron Russel Wallace y Charles Darwin diciendo que no que era la selección natural y que todo eso es evolución en fin lo que me estaba preguntando el otro día mientras iba en el camión es:

¿porqué las personas tenemos huellas digitales?

Costumbres raras 1

Todas las mañanas, después del cereal con leche y antes del cepillado dental, tomaba un ganchillo metálico de tejer, y se sacaba los puntos uno a uno. Había días en los que la carne había comenzado a unirse durante la noche, y separarla nuevamente dolía un poco. A veces sangraba.
Y se quedaba así, con la herida abierta al aire unos momentos. Cuidadosamente, comenzaba a meterle el dedo, primero con mesura y luego ya sin miramientos, hurgaba, hurgaba, sangraba, había que apretar los dientes. Luego, con la otra mano tomaba un limón agrio partido por la mitad y exprimía su jugo dentro de la herida, sin sacar de ella el dedo, pulsando sus haces neuronales provocándose mayor dolor. Así permanecía minuto y medio.
Luego tomaba sal y la esparcía sobre la herida. Con una aguja de canevá grande y un fino hilo quirúrgico, se la cosía de vuelta. Hasta mañana pensaba, y se iba a cepillarse los dientes.

domingo, 22 de febrero de 2009

Gerundio...

Amaneciendo entre sábanas, como casi siempre, no teniendo muchas ganas de nada en específico pero sí muchas ganas de algo en general. Levantándose después de mirar al reloj negro que late todas las noches al lado de la cabeza , y pensárselo mucho, mucho, teniendo ganas de pensárselo más y resistiéndose a ellas. Quizás hoy, diciendo quizás hoy y desechando rápidamente el enunciado con el miedo a terminarlo. Sintiéndose pesado, los párpados pesados, las piernas pesadas, los brazos pesados como muertos, angustiándose y consolándose ipso facto porque ya se ha abierto la ventana y olido la mañana que está todavía azul. No queriendo, poniéndose sentimental de nuevo como la noche anterior, ahora más claramente que antes descubriendo los vestigios de la noche anterior en la piel de la cara, en las venas de los ojos y dentro de las vías respiratorias, recordando, solublemente disolviendo lo que ya no se sabe cómo hacer para evitar en el enjague bucal frente al lavabo, frente a los miles, tal vez millones de posibilidades todas irrefutablemente decisivas en mayor o menor grado, que se arrastran en alguna dimensión desconocida del sistema y de las cuales percibiendo solamente una. Una. La de siempre. Y conformándose con eso y saliendo distraídamente olvidando el celular o la libreta o el llavero, con tal de alcanzar el camión que ya dobla la esquina.

jueves, 19 de febrero de 2009

Frío...

No me gusta el frío, me desagrada, podría decir que lo detesto. Me pone tan de malas que, si en una noche fría cometiera un crimen, verdad de dios que la culpa sería del frío y no mía.

Homenaje a Max Aub

Era domingo por la tarde, y el ensayo era para el lunes a primera hora. Se lo dije una vez, pero no le importó. Ya sabía que yo necesitaba concentrarme para escribir mi ensayo. Pero seguía haciendo ruido con ese estúpido violín. Sus notas pésimamente tocadas me rechinaban dentro de la cabeza, y no me dejaban oír mis propios pensamientos.
Arranqué las cuerdas y ahorqué con ellas al maldito hasta dejarlo morado. Entonces pude sentarme a terminar mi ensayo.
Lamento lo del violín, era de buena marca.

viernes, 6 de febrero de 2009

Carne

Córtame por trozos
y véndeme por kilo
como haces con los perros de la calle.

También yo quiero que la gente me mastique y me digiera.