¿Qué?

Mi cerebro no quiere jugar conmigo, anda cansado el pobre. Me abre los ojos y me empieza a hablar, pero tan bajito que yo ni le entiendo, no puede hablar bien, se le cansa la lengua. Empieza una frase y no la termina, y comienza otra. Yo no le digo nada. Lo dejo. Que intente. Ya que no podía hablarme me quiso escribir, pero le salió peor. No pudo, no pudo, el pobre, pobrecito. Yo lo lamento mucho.
Antes, en nuestros ratos libres, nos quedábamos de ver en la esquina de la calle de Oslo con Helsinki, pero yo siempre llegaba tarde y el me empezaba a enviar mensajes de texto con letras de colores. A veces yo no llegaba. A veces no quería oírlo, pobrecito, siempre se quejaba de que yo lo maltratara.
Ahora ya no.
Se pasa las mañanas entre el café y los análisis , revolviendo una vez y otra vez y otra vez la papelera buscando los datos que se perdieron en la administración pasada, y me muerde las uñas cuando no los encuentra. Vivimos juntos. A veces le ayudo. No siempre tengo ganas. A veces pienso que quiero que se vaya de la casa.
En las tardes se enoja y no me deja comer. En la noche le desconecto los cables para que descanse un poco pero él no se apaga, se queda soñando y haciendome ruidos para que yo tampoco duerma. El ya no me quiere. ya no quiere jugar conmigo.
No importa. El no lo sabe pero ya tambien pienso. Y cualquier día, cualquier día de éstos, si me lo vuelvo a encontrar y no me trata bien, lo aviento a la vía cuando el metro esté pasando y entonces nadie habrá ganado el juego sino que lo habremos perdido los dos.