Todas las mañanas, después del cereal con leche y antes del cepillado dental, tomaba un ganchillo metálico de tejer, y se sacaba los puntos uno a uno. Había días en los que la carne había comenzado a unirse durante la noche, y separarla nuevamente dolía un poco. A veces sangraba.
Y se quedaba así, con la herida abierta al aire unos momentos. Cuidadosamente, comenzaba a meterle el dedo, primero con mesura y luego ya sin miramientos, hurgaba, hurgaba, sangraba, había que apretar los dientes. Luego, con la otra mano tomaba un limón agrio partido por la mitad y exprimía su jugo dentro de la herida, sin sacar de ella el dedo, pulsando sus haces neuronales provocándose mayor dolor. Así permanecía minuto y medio.
Luego tomaba sal y la esparcía sobre la herida. Con una aguja de canevá grande y un fino hilo quirúrgico, se la cosía de vuelta. Hasta mañana pensaba, y se iba a cepillarse los dientes.
jueves, 26 de febrero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Brrrr
Yo ya no hago esas cosas, pero sin duda es mentalmente saludable...
muy cortázar! fantástico!
saludos! cada vez me gustan más tus posts
q bueno! me imaginé cada parte!
:)
Publicar un comentario