domingo, 26 de agosto de 2007

Antisepsis ortogonal

Sumergida en un líquido viscoso, caprichosa creación de un hipotálamo maleducado, me pierdo entre la resonancia de unos gritos lacrimógenos que parecen venir de muy lejos.
Titubeando entre las posibles desventajas de una salpingoclasia, y la tentadora opción que se dibuja en la etiqueta del ácido muriático, no puedo dejar de tener un poco de miedo.
Unas pocas expectativas se cuelan a través de las grietas húmedas de mi esperanza, causándole dolor de ojos y temblores espasmódicos, y yo les doy la bienvenida un tanto ecuánime.
Me da tristeza ver la coladera destapada, y a los gusanos -¡pobrecitos!- lloviéndome encima desde el techo.
No puedo entender todavía porqué el miedo se me sigue enredando desde dentro hacia afuera del tubo digestivo, debe ser porque tengo mucha hambre, pero sé que se me calmará en cuanto me clave sus colmillos en el sitio marcado por la equis, y sus neurotoxinas ya no me permitan saber quién es quién.
Dicen los médicos -y los detectives forenses lo confirman- que mi enfermedad es muy rara, pero que no debo preocuparme, que el único remedio es lo suficientemente doloroso como para durarme toda la vida, y consiste en practicarme, sin anestesia ni otros endulzantes artificiales, una urgente e inmediata antisepsis ortogonal.

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