lunes, 16 de julio de 2007

Historia triste

Era una cosa rara mirarlo pasar por entre las callecitas de suelo empedrado del centro de la ciudad. Nunca había visto a alguien así, y aunque sé bien disimular, con él no se podía. Siempre se daba cuenta de que yo me le quedaba mirando.
Llegué a pensar que se trataba de una aparición, o que por alguna razón yo estaba exagerando, pero es que no alcancé nunca a entender porqué la demás gente no se le quedaba viendo. Lo veían, sí, a veces, pero como se ve a cualquier persona. Y para mí era muy extraño que a ellos no les pareciera extraño.
En los días fríos, de lluvia -no recuerdo haberlo visto en otro tipo de día-, se ponía un abrigo. Un abrigo café, largo y roído, desgastadísimo en los codos, y totalmente anticuado. La bufanda le cubría hasta la nariz, y, en ocasiones, llevaba sombrero. Casi todo en su aspecto llamaba la atención. Era tan bohemio, tan despreocupado, tan fuera de moda a pesar de ser tan joven...
El único indicio visible de que él era un ser de este siglo y no del diecinueve, eran sus lentes de sol, completamente desarmonizantes con el resto de la figura. Era como si la luz le lastimara, y por eso solo salía cuando ya estaba a punto de obscurecer.
Cuando el sol se metía, se quitaba los lentes. Entonces se podía uno dar cuenta de que tenía ojos bonitos, y tristes.
Y parecía como que no perteneciera a este mundo, como si extrañara otros tiempos, otros lugares. Como si lo hubieran recortado de una fotografía antigua en color sepia, y lo hubieran pegado aquí, por travesura.
Aquella noche, salió de la biblioteca y su silueta obscura se perdió más allá de la última candileja de la calle empedrada del centro.
Nunca lo volví a ver.