lunes, 2 de julio de 2007

Nuestro pan de cada día...

A usted le han preguntado que si cree en dios y está a punto de responder a la pregunta. Ya ha dejado atrás aquella época de ateísmo incipiente en el que usted no se atrevía a decir que no creía por miedo de que la gente pensara que usted era raro, no, usted ya no está de humor para esas cosas.
Hoy por hoy, usted ya se ha acostumbrado, con una resignación casi enfermiza, a que la gente lo considere raro, y no sólo por ser ateo, sino por muchas otras razones. Así que usted ha decidido, con una especie de orgullosa alegría, lanzarse de cuerpo completo en el vasto mar del ateísmo, al fin ya que más da; es más, si usted pudiera, se pondría una camiseta que dijera " no creo en dios", pero no lo hace porque tiene que ir de traje a la oficina, pero sonríe al pensar en las monjas que se escandalizarían al verlo pasar.
Pero a fin de cuentas es usted sólo un ser humano. Como tal, usted no sabe nada. Usted es poco más que un montón de preguntas cubierto de piel. Y mucho menos sabe si realmente dios existe o no, y aunque usted no va a lanzarse corriendo a una iglesia sólo por si las dudas, tampoco se siente usted con la capacidad de defender su ateísmo con los argumentos que usted quisiera, que yo quisiera, que todos quisiéramos tener.
Usted es sólo un ser humano, y no le gusta para nada que venga otro y le pregunte que porqué es ateo, que porqué no tiene fe, que qué cosa fea le habrá pasado en la vida para que usted dejara de creer.
A usted le han preguntado que si cree en dios, y usted, que no tiene ganas de interrogatorios, que le da pereza dar explicaciones, que todo lo que quiere en ese momento es terminarse su taza de café, usted, el ateo, con sencillez y sin darle la menor importancia, dice que sí.

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